Dos terroristas capturan a Manuel. Manuel es un concejal de un partido indeterminado. El escenario es un bosque, más o menos frondoso. Y una cabaña, sí, en estos casos siempre hay una cabaña, es bueno ponerlo. Manuel, sentado en una silla, la boca tapada con cinta de embalar, maniatado a la espalda con unos cables eléctricos que arrancaron de una lámpara [negativo y positivo; como la lámpara era antigua falta el cable de toma de Tierra, el que más necesita ahora Manuel], Manuel no está ya en la Tierra, los golpes en la cara lo han dejado semiinconsciente. Son 2, una mujer y un hombre, A y B, digamos. La radio hace lo propio: radia; Manuel la oye a trozos. La discusión entre los 2 terroristas, que versa sobre cómo ejecutarlo, no le deja distinguir bien las palabras del locutor, que dice que las calles de las principales ciudades se han llenado de gente reclamando su libertad. Manuel entreabre los ojos, la mujer es muy guapa, sostiene una pistola como quien empuña una espumadera antes de darle una vuelta a las croquetas. El hombre ahora se relaja, dice que el otro día estuvo viendo en la tele la final de Mister Universo, que ganó un coreano, Manuel recuerda que él también estuvo viendo hace unos días esa final de Mister Universo en su piso de 60 metros cuadrados, piensa cómo es posible que un acto tan banal nos iguale a todos, como la muerte, sí, como la muerte, piensa Manuel, que ya lo dijo Manrique, y recuerda que su chica, tumbada en el sofá, le había dicho que le acercara el bote de las galletas con forma de peces, «menuda tontería, galletas con forma de peces», le había contestado Manuel. La mujer se acerca, le pone la pistola en la base del cráneo, el cañón no está tan frío, se dice Manuel, siempre creí que los cañones eran fríos. Antes de que Manuel haya terminado ese pensamiento, le pega un tiro. [Es lícito objetar cómo yo conozco y puedo narrar ese pensamiento de Manuel hasta el final si antes de concluirlo ya le han pegado el tiro, pero supongo que lo que se piensa permanece unos segundos antes de extinguirse para que se complete un ciclo vital, para no cerrar la vida en falso, flota sobre el cuerpo y después se va; a eso algunos ingenuos le llaman, «alma»].
Meten el cuerpo en la parte trasera de un Land Rover. Lo suponen muerto, pero Manuel aún puede oírlos. El hombre, al que habíamos llamado B aunque después no he utilizado ese nombre y lo he llamado simplemente «hombre», enciende la radio del coche, en la emisora un político sigue pidiendo la liberación inmediata de Manuel, cambia de emisora, a Manuel le duele una vértebra, lo han tirado sobre el mango de una pala, también hay cubos llenos de cables eléctricos enrollados, posiblemente de más lámparas sin toma de tierra, piensa Manuel, y bidones de gasoil que se balancean en los baches, parece una pista forestal, también hay una guía telefónica tirada a su derecha, sin estrenar, aún empaquetada en su plástico transparente, imagina todos los anuncios publicitarios ahí concentrados. La mujer, a la que llamé A aunque no volví a utilizar ese nombre, se gira, lo mira directamente, en sus ojos Manuel ve pasar todas las mujeres bellas de la historia del cine, y hasta del cómic, ella le dice al hombre, «este imbécil está más que muerto». Tras unos minutos, frenan, bajan el cuerpo, lo tiran en una cuneta. Se alejan. El runrún del motor diesel desaparece, sólo hay niebla, niebla y el silencio del bosque con sus pequeños movimientos de ramas, pájaros, el agua de un río no muy lejano. Manuel Vilas piensa lo extraño que le resulta que en aquella guía telefónica nueva, tirada en la parte de atrás del Land Rover, probablemente aparezcan su nombre y el de ella, esa mujer a la que llamé A pero a la que casi siempre me referí como «mujer».
[Este texto está inspirado en un capítulo de la novela España, de Manuel Vilas, DVD, 2008]
LISTAS, GUÍAS
Muchas veces he pensado en las guías, en cuál es su naturaleza. En principio, una guía parece que es algo continuo, por ejemplo, una línea en el suelo que te indica un camino, o una carretera con su diferentes señales, o el sistema de venas y arterias a través de las cuales la sangre es guiada por los latidos, pero una guía telefónica más que una guía parece una lista. Podemos suponer que se la llama guía porque está guiada por un orden alfabético, o también porque te permite encontrar y llamar al número deseado: guía tu voz hacia un oído que no es el tuyo, y viceversa. Pero en sí, no me parece que la guía de teléfonos sea una guía, sino una “lista ordenada”.
Algo que distingue a las sociedades contemporáneas de otras de épocas pasadas, es que se han convertido en una gran lista. Podemos acceder a cualquier información sin pasar antes por un número demasiado grande de informaciones previas e innecesarias. Es otro resultado de la fragmentación y posterior ordenación de esa información disponible.
Pero no siempre esa información es posible ordenarla. Siguiendo una idea de Vicente Luis Mora, entonces surge el Spam, la basura informativa.
Mi idea es que la basura informativa, el Spam, no es basura en sí misma, sino que lo es porque no está colocada en el sitio adecuado, es un problema de contexto: no está ubicada en la lista adecuada; todo fragmento de basura posee su lugar natural en su correspondiente hábitat con una lógica interna determinada. Una monda de plátano en el parquet de tu casa es Spam, pero miles de mondas de plátano apiladas en una planta de reciclaje, son algo sumamente natural, incluso agradable. Lo mismo ocurre con la basura informativa.
Eso sí, al reubicar esa basura, al ponerla en su “lugar natural”, perderá su atractivo. Sufre un proceso de domesticación. Se civiliza, pierde no sólo atractivo, sino también capacidad para fragmentar discursos, para introducir nuevas semánticas en la cotidianidad.
Bien, ahora ya no sé qué tiene que ver todo esto con el relato anterior de los terroristas inspirado en el de Manuel Vilas. Ah sí, que la guía telefónica antes de ser guía era Spam, basura que después fue ordenada en forma de lista, y que aún así a veces surgen en ella fracturas, conexiones extrañas que rompen el todo proceso sistemático para el cual fue pensada esa lista. Eso es un misterio, sin más. Es la poesía.
PD: Respecto a la capacidad de las guías telefónicas para crear paranoias alternativas o metáforas aberrantes, me fascina esta obra Michael Morley, Los Ángeles Yellow Pages, en la que juega la idea de que el libro del que habla el Apocalipsis, el libro en el que se enuncian las obras hechas por los hombres y por las que serán juzgados, son las páginas amarillas de la ciudad de Los Angeles. El autor superpuso a la portada original de la guía, ocupada por una foto de la ciudad, un esquema de la falla de San Andrés
Imágenes encontradas en Google tecleando la palabra GUÍA:
Imágenes encontradas en Google tecleando la palabra LISTA:
De entre estas imágenes de LISTA, la que me parece más interesante es la del leopardo. En efecto, podemos acceder a cualquier punto de su piel (el moteado negro) sin pasar antes por el resto de puntos. Es una lista perfecta.
Ahora bien, la parte «complementaria» de ese conjunto de puntos negros de la piel del leopardo (la parte de color rubio) sí se pueder recorrer sin saltos, como si fuera un camino, así que ese otro «universo» de su piel es una Guía, un camino. ¿Podríamos generalizar y afirmar que siempre que se existe una LISTA, existe también su conjunto complementario, que sería una GUíA? Supongo que sí.
Supongo que la sociedad contemporánea, que está estructurada claramente en forma de Lista, necesita de su complemento en forma de Guía para definirse, para existir. Es decir, toda sociedad contemporánea (llamémosle tardoposmoderna) necesita tener una sociedad complementaria moderna, o incluso pre-moderna, para poder existir.