Hemos llegado a San Francisco. Llevo unos días en la habitación del hotel. Hilton San Francisco, Torre 2, habitación 1412. De vez en cuando me levanto, miro por la ventana, hay niebla. En San Francisco siempre hay niebla, sube desde el puerto. Pongo estas fotos con comentarios (hay que poner el ratón encima, sin clicar)
Llegamos un día por la noche, a través del puente de Oakland, estaba iluminado, yo conducía. Encontramos el hotel con facilidad, casi diría que, literalmente, encajamos en la plaza de parking. La habitación es estable, planta nº14, buena conexión a Internet, por cable, segura, dejan fumar en esta habitación. El hotel más barato en el que tenían habitaciones para fumadores; parece ser que aquí fumar se considera un lujo. Cuando miro por la ventana veo unos edificios antiguos, de bastantes pisos, en uno pone HOTEL en neones, eso está bien, también veo un parking que es un edificio entero, incluida la azotea, en la que los coches parecen casetas con sus correspondientes antenas. También desde la ventana veo una calle con muchos chicles pegados al suelo. Y muchos indigentes, abarrotan cada esquina, es un fenómeno inexplicable en San Francisco según las autoridades; los veo allá abajo son como hormigas. Yo estoy en el Hilton, y ellos son hormigas. También hace frío. Un viento muy frío. Hace poco le hicieron una consulta a 10 escritores Americanos, la pregunta era, ¿dónde pasaron su verano más frío? 8 contestaron que en San Francisco. Casi no salgo de la habitación 1412. Al llegar, casi imediatamente, me dirigí al muelle East Bay, el mismo que genera esta niebla, el mismo en el que Falconetti tiró una bola del mundo hinchable al mar, con su nombre escrito. Ceno cada día en el mismo lugar, un coreano que se encuentra aquí al lado, en la esquina con Manson. Sopa de pescado y arroz con cangrejo. Regreso a la habitación y trabajo hasta un poco más de la medianoche. En el Hilton estás bien, eres el rey, eres Enjuto Mojamuto, todos te protegen, todos son amables, eres feliz, y sin embargo todo está fuera de ti, nada depende de ti, como si estuvieras vacío [esto no lo entiendo]
Siempre me han obsesionado un poco las traduciones de los títulos de las películas, esos cambios que se hacen según cada país, cómo el título traducido conforma una peli nueva. Aquí, en SF, está ambientada la gran Vértigo, de Hitchcock, titulada en origen «De entre los muertos». Un día encontré estos 2 referentes en los que se separan los dos títulos de la misma película para siempre (poner el ratón encima):
No conté que tras ver el árbol estuvimos en Yosemite, y que mientras entraba en el Valle me vino a la cabeza una antigua canción de Supertramp (que pongo al final). No repetiré lo que ya comenté en otro post sobre Yosemite y el libro Escaladas en Yosemite. Ponerte debajo de una pared de más de 1000 metros (¡de pared!, no sobre el nivel del mar), El Capitán, o el Half Dome, y ver dónde arrancan los primeros largos de algunas de las vías más famosas del mundo, es algo que más o menos emocionante. En el campo de hierba baja que se extiende ante el Capitán, vemos a mucha gente tumbada, con prismáticos, preguntamos, nos dicen que hay 3 tíos haciendo una vía. No me quedó claro de qué vía se trataba, pero parecía una de aquellas de artificial extremo que estaban muy de moda durante los años 80.
En Yosemite, nos alojamos en un motel, poco antes de la entrada al valle, que más que motel tenía una estética de colonias de verano hitlerianas en versión protestante WASP. Nunca mejor dicho: “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”. 200 apartamentos, un comedor común atestado de familias equipadas de los pies a la cabeza con un material de montaña más propio de hacer cuatromiles que de pisar prados, las madres parecen de ese tipo de mujeres blancas, muy poco arregladas, ese tipo de mujeres que de lo que más orgullosas están en cuanto a su feminidad es de cómo cae lacio su pelo. Los maridos, de esos que lo que llevan con mayor orgullo son sus conocimientos sobre el carburador del coche. Bueno, supongo que hay que vivir. Junto al comedor, sin separación, el bar, donde servían cerveza y una mezcla de latinos y yankis outsiders ponían música heavy en una gramola a un volumen brutal. Un contexto y fauna que alguien con talento como Foster Walace hubiera considerado material irrepetible.
Por lo demás, hay muchas cosas que se me han quedado en el tintero, pero que tengo en la cabeza. Por ejemplo, una imagen que me parece una metáfora de la Ameríca del medio oeste: en un pueblo de Arizona, el banco, es decir, ese lugar donde se guardan los dólares, era una caseta de chapa, prefabricada. Un rótulo como de Saloon, ponía: Bank Of América. Tenía que haberle hecho una foto, pero lo dejé pasar.
También, creo que respecto al miedo, del que ya hablé, hay más cosas reseñables; volveré luego sobre ello, o en otro post. No lo sé.
Aquí, en San Francisco, me acerqué un día al barrio Mission, el más hipster, que linda con el conocido barrio Castro, el gay. Está bastante bien, una mezcla de los latinos que ya estaban, y la Muchachada Nui emergente. En las tiendas, muy cool y muy caras, ponían música de King Crimson, y otros revival de música progresiva de los 70; para mí, un espanto, pero lo pasas por alto porque sí, porque no es lo mismo hacer revival de King Crimson en San Francisco, con toda su autoridad moral, que en tu pueblo, claro está. Ahora he vuelto a mirar por la ventana, donde había 4 indigentes cuento 11, no sé que pasa, mientras los observaba me he tocado la barba, que crece como crece la barba de los componentes de King Crimson, del rock progresivo. Me he pasado la mano por la barbilla, y he notado un sonido a lata, sí, a hojalata, ese el sonido que tiene mi barba cuando la recorro con la mano [tampoco lo entiendo].
Justo ahora en la tele están poniendo un especial de Judy Garland, justo antes pusieron unos dibujos muy chulos de un dibujante de cómics que se apunta a un concurso tipo Gran hermano, y antes habían puesto un documental de un asesino en serie.
Algo que por pudor no conté, fue que al ir de Los Ángeles a las Vegas paramos en Pasadena, que queda de camino. Me detuve en el Diner que se detuvo Chicho al entrar en la ciudad, antes de ir a ver al Sr.The Boy. Tomé algo allí, me senté en su misma silla, fue una experiencia que no olvidaré, pedí también agua carbonatada, el camarero se acordaba de Chicho y me la puso de la misma marca. Localicé la casa de The Boy, y en absoluto era siniestra: unas calcomanias de pájaros tipo jilgueros pegadas a una ventana, una niña jugaba con un balón en el jardín –esto es así, no hay por qué negarlo o maquillarlo-. También pasé por la esquina en la que se ubica la agencia de viajes en la que Chicho compró un billete para él y su hija a Milán, para llevarla a ver el hormiguero más gigante del mundo. Un viaje que nunca se realizó.
Tampoco conté que en el desierto de Mojave localicé la caravana de Jack. Brillaba casi tanto como, en el otro extremo del plano de visión, Las Vegas. Vale que era porque me encontraba muy cerca de la caravana, pero bueno; la reconocí por el trozo de decorado de la película Corazonada, los neones parpadeaban cansados pero dignos. En vez de presentarme, me fui al One Way In Love, quería verlo actuar desde la cabina, ver cómo manejaba el micro, pero no estaba, pregunté por él y me dijeron que se había despedido, que había sabido que salía en un libro escrito en español de España, -no español Latinoamericano-, y que esa lejanía le había conmocionado, y que se ha encerrado a escribir una novela llamada Nocilla Lab, ya que leyó ese nombre en la solapa del libro en que se contaba su historia, libro que compró en Amazon [el cartero había dejado el paquete, precisamente, en el One Way In Love]. Les dijo a sus antiguos compañeros de trabajo que para escribirlo usaría como guía Moby Dick, el único libro que tiene. Volví a las cercanías de su caravana, pensé en entrar a saludarle, contarle que en España su historia había gustado, que la gente le había tomado afecto, pero después me dije que para qué perturbar su aislamiento, su vida de partícula alfa, con historias literarias condenadas a desaparecer. Me fui. Ni siquiera tuve lo que hay que tener para hacerle una foto a eso que de alguna manera yo había creado. El miedo, otra vez el miedo.
Hoy he recibido un mail de Luis Macías y Ester, me han enviado estas fotos que hizo Luis. Un buen recuerdo.
En la esquina de la calle ahora cuento 13 indigentes. Persiste la niebla. Ahora recuerdo que había un relato del gran Boris Vian, titulado La Niebla. Una ciudad se despertaba un día tomada por una niebla tan espesa que no se veía ni a un centímetro. La niebla persistía y la gente se acostumbró a la desinhibición de salir desnuda a la calle, robar, besarse con el primero que se tropezaba, etc. Eran felices. Un día, de repente, la niebla desapareció. Al día siguiente todos los habitantes tomaron la decisión de arrancarse los ojos.
Se termina el viaje. He ido leyendo todos los comentarios, gracias de veras por dejarlos, me han ayudado a seguir este diario con ilusión.
Nos arrancamos los ojos.
Lo que queda de barba: