Siempre nos quedará el poema:
Poema de Manuel Vilas, de Resurrección (Visor. Madrid.2005)
MACDONALD’S
Estoy en el MacDonald’s de la Plaza de España de Zaragoza,
haciendo la cola gigantesca,
con los ojos clavados en los carteles de los precios,
el dinero justo en la mano derecha,
billetes arrugados.
Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible.
Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano
una patata amarilla untada de ketchup muy rojo:
Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece,
mi hermano ciego.
El niño está solo, no bebe,
no le llega para la Cocacola, sólo patatas.
Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia,
esa soledad idéntica a la mía,
¿no lo entiendes?, sólo le llega para las patatas,
y está sentado, quieto,
en su trono, la negritud y el niño,
en el trono, allá, allá, en ese trono radiante.
MacDonald’s siempre está lleno.
Es el mejor restaurante de Zaragoza,
una alegría despedazada nos despedaza el corazón:
Por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas,
de pajitas, de bandejas.
Es el mejor restaurante del mundo. Es un restaurante comunista.
Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo,
aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco,
al lado de un cartel que dice «I’m lovin’ it». Tengo una bota encima de un charco
de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota.
Una nata blanca, despedazada.
Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia.
A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete
que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro.
Y ríen y tragan patatas fritas.
Y yo trago patatas fritas.
Y dos maricas enfrente comiéndose la misma hamburguesa goteante,
cada boca en un extremo, y se manchan y se muerden.
Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan. Y se despedazan.
En Londres, en París, en Buenos Aires,
en Moscú, en Tokio,
en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga,
en Pekín, en Gijón,
somos millones, la tarde harapienta,
el dolor en el cerebro, la comida,
millones en miles de subterráneos esparcidos
por la gran tierra de los hombres.
Estoy en paz aquí con todo: barata la carne, barata la vida, baratas las patatas.
Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado,
el gran hereje, el loco supremo,
el hijo de la última mano miserable que tocó
el monstruoso corazón del cielo.
Si Lenin volviera, MacDonald’s sería el sitio,
el palacio sin luna,
el gueto de las reuniones clandestinas.
Algo importante está sucediendo
en este subterráneo del MacDonald’s
de la Plaza de España de Zaragoza, pero no sé qué es. No lo sé.
De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad:
el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas.
Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte.
En MacDonald’s, allí, allí estamos.
Carne abundante por tres euros.
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Me doy cuenta de que me gustan las palabras que no tienen traducción, y que se pronuncian igual o casi igual en todo el mundo. McDonalds es una de ellas. No sólo son marcas, son, por paradoja, identidades sin identidad particular; identidad común. Así interpreto, más o menos, el poema de Vilas.
Entiendo a los guiris que, cuando viajan, tarde o temprano buscan un MacDonalds para comer; en realidad no es por la comida, sino por sentirse como en casa, algo que les dé una seguridad, un reposo. La pronunciación de una palabra que los iguale a los habitantes del lugar.
De acuerdo con tu interpretación Agustín. Esa identidad común -creo- puede ser la causa de la retardada adaptación de las personas y la no aceptación de romper la rutina a pesar que se desea lo contrario. Es como ir a alguna montaña con una TV en brazos.
Yo nunca he entrado a algún McDonals, ni a comer, ni a mirar los precios, ni por ver a la gente, ni por curiosidad al tamaño de las hamburguesas o al contenido esteriotipado de las mismas. No, nunca he entrado a algún McDonals. No sé si lo haría pero por ahora estoy muy bien sin atravesar sus puertas.
Saludos.
No lamento demasiado el final de ese McDonald’s, la verdad… En realidad sólo quería comentarte, Agustín, algo que me ha sucedido mientras leía la segunda entrega de tu proyecto Nocilla: el personaje que cuelga fórmulas con pinzas de la ropa me recordó (al igual que se lo recordó a tu amigo David Torres Ruiz, que mencionas al final del libro), a un personaje que aparece en la novela de Bolaño, 2666. Lo curioso es que mientras leía 2666 hice otra conexión que quizá a ti te sea familiar: el personaje que cuelga libros de matemáticas de unas cuerdas de tender ropa me recordó unas instrucciones que Marcel Duchamp envió a su hermana Suzanne como regalo de bodas y que describen la forma de colgar en el exterior de una ventana un libro de geometría para exponerlo a las inclemencias atmosféricas. El aparato llevaba el título de “Ready-made malhereux” y es de 1919. Te menciono el tema porque sé de tu interés por Duchamp.
Un saludo y espero con ganas la tercera entrega nocillera!
Hola Rodrigo, no es que te quiera pervertir, pero sí, entra un McDonalds, penetra y rompe su barrera del sonido. Otro mundo.
Ossip, en efecto, esa obra de Duchamp la conozco. Aunque cuando escribí el libro no la tenía en mente, es posible que la idea viniera de ahí, directa del inconsciente (si es que tal cosa existe). Sabe dios si el gran Bolaño también lo sacó de ahí o se le ocurrió mientras veía a una vecina colgar el rectangular babero de su hijo perqueño. Nunca lo sabremos. Muchas gracias por tu información, seguro que a muchos lectores de este blog les gustará.
Saludos!
Vilas, qué grande, hasta la mierda de McDonalds parece algo bonito mentado por él.
Hola Román, es lo que tiene Vilas, que todo lo transforma.
El presentador no se ganaría la vida recitando poemas…
Duchamp es el más grande.
Es cierto Marc. Esperaba que alguien comentara algo sobre lo del presentador, que completa el notición. Perece de coña.
Sí, Duchamp es la Big Mac de 500gr. Su composición porcentual, todo un ejercicio de fantasía.
te está quedando un mes muy de menús
genial texto de Vilas
Eso es FIERA, de menús con mucho magro y, superando a McDonalds, gratis.
El poema de Vilas consigue darle cierto aire de épica a algo que en sí parecería no tenerla, que me parece muy complicado de hacer sin caer en los recursos fáciles y las sobreactuaciones. A pesar de su tremendismo, de la brutalidad implícita en el poema, hay mucha contención. Contención, algo que yo valoro mucho no sólo en los actores, sino también en los escritores.
Saludos, FIERA
Me parece increíble que hayan cerrado ese McDonalds, que fue el primero que vi en mi vida.
Aunque también tardé años en entrar a uno. Curiosamente (o acertadamente) no recuerdo cuál fue, por esa razón: la identidad.
McDonalds es una de las 3 marcas más importantes del mundo. Y eso es más importante que un premio Nobel, porque significa que ha colonizado nuestras mentes. Y en un tiempo record; apenas unas décadas.
El texto de Vilas es brutal.
Globalización en estado puro. Con todas sus lecturas posibles, positivas y negativas. Un perfecto símbolo -el McDonalds, la marca registrada, la franquicia, el mismo espacio multiplicado por todos los confines- el de este poema de M. Vilas.
Adolfo
http://eloteador.blogspot.com
Hola Agustín, y felicidades por el añito de tu blog… No sé si conoces el libro "La macdonalización de la sociedad" de George Ritzer. Te lo recomiendo. O a lo mejor lo conoces ya.
Un saludo.
El poema sin duda es bueno, porque Vilas es bueno.
Yo conozco la otra parte de esa Catedral de grasa, los entresijos de su ruina. Y es como para no cruzarla. Así que cerradita está muy bien. Hacer literatura con ello me parece estupendo si lo sabes hacer, en este caso es perfecto.
Pero yo que he cruzado la Catedral vomito sobre ella con una copa de champan.
Un saludo,
Marta
veo que me he perdido un cuantos "artiblogs mallónicos", me pondré al día (precisamente ahora, que son las elecciones gallegas y vascas. esperemos que no ganen ni los nacionalistas ni los sociatas, a ver).
lo que es indudable, creo yo, es que el macdonald`s representa un paisaje urbano característico, hasta necesario. uno podría pasar sin árboles y jardincitos, mientras que sin macdonald`s sería como plantarse en marte: adentrarse por un territorio desconocido, inhóspito, sin signos de civilización…
Macdonalds nos iguala, nos homologa, nos introduce en una privatopia en la que todo te resulta familiar, seguro, íntimo.
Con todo respeto, a mi no hay sitio que me haga sentir más como en casa que el bar de Samos, mi gran amigo el de Malasaña. Típico bar madrilense, grasiento, con dos tíos jugando al mus, barra de aluminio, cartel de Mahou en el portal, caña rápida…
Siento ser tan banal, de veras, pero a mí el MacDonalds como que me da tirria. Comprendo tu sentimiento, pero……… soy más tradicional. Y esto es un decir porque en realidad soy argentina y en mi país los bares son cosa distinta, pero a mí me van más lo de acá. Y quizá sea ésa, justamente, la razón por la cual para mí el bar madrilense puede ser equiparable a tu Mc Donald: ahí me siento igualada.
Ah, por cierto, tengo que leer la Nocilla, que me la recomendaron. Lo de el tío que cuelga asuntos raros en los tendales ya tiene tela, por lo que parece.
Un saludo.
http://www.kosmonautadelazulejo.blogspot.com
Hola. Esta es la primera vez que hago un comentario en un Blog de este tipo. Soy estudiante de cuarto de la E.S.O. y mi profesor de Lengua me ha cedido unos ejemplares de Vilas con motivo de un encuentro que tndremos con el autor. Me los ha prestado hoy mismo y ya me he devorado "Resurrección" y "Calor". Sinceramente creo que este poema en concreto de Vilas refleja muy correctamente en que consiste la globalización. Creo que el mensaje sería "misma mierda, diferente lugar"
Saludos,
Estudiante